Este contexto tiene relación a las condiciones en las que el libro fue escrito.
Tienen la posibilidad de ser condiciones en general, ajenas, referidas a la sociedad, temporada o cultura en las que el libro fué escrito. Singularmente en el momento en que estas condiciones afectan al artículo o la entendimiento por la parte de un lector de otra sociedad, temporada ocultura.
Los nombres de Américo Castro, Raymundo Lida, Stephen Gilman, Juan Marichal, poco o nada van a poder decir a las novedosas generaciones de escritores y leyentes, salvo los que están cerca de todo el mundo académico. No obstante, grave falta es, ya que ellos, y otros cuantos mucho más, forjaron el “brave new world”, en el que se criaron y hicieron las generaciones literarias de América Hispana desde, por lo menos, de la década de Del legado vivo de este valeroso planeta nuevo nos charla aquí Arturo Echavarría, en estas expresiones en honor a Carlos Fuentes, con ocasión de su 80 aniversario.
De las muchas diálogos que mantuve con Raimundo Lida sobre la literatura y sobre el trabajo del crítico literario, una provocó en mí una impresión que jamás se ha eliminado en mi memoria y cuyo justo valor solo pude rentar años después. En el contexto de aquella charla, en este momento muy lejana, la iniciativa que enunció Lida me pareció correcta y parcialmente simple; fue una vez que pude ver su dificultad y sentí la necesidad de reconsiderarla y de adecuar su sentido a las tareas que en este momento tenía en la mano. En el curso de la charla, tras avisar a Lida “que no podíamos quedarnos con Wellek y Warren”, mencionando al popular tratado Theory of Literature, me instó a que indagara cerca de novedosas formas de realizar crítica literaria. En lo que se refiere a él, no atisbaba ninguna opción alternativa de reciente elaboración que por ahora le satisface.
Entonces añadió lo siguiente: el artículo crítico debería marchar como un espéculo que refleje el artículo literario, y el artículo literario, al unísono, como un espacio escrito que reflejase el comentario crítico. Esta relación elucubrar, el reflejo recíproco, apuntaba, entre otras muchas cosas, a algo que él como yo comprendíamos que era primordial en lo que se refiere a la manera de ser del comentario crítico. Se refería a la primacía de la obra literaria, del mismo artículo, sobre toda cuenta, metodológica o práctica, que sirviese de instrumento a aquel que se disponía a comentarla. Con los años brotaron otros problemas. Entre ellas, la relevancia de la localización del crítico respecto al artículo artístico. ¿El comentarista era un fácil espectador neutro, en cierta forma atemporal y de ahí que operando ajeno de la historia? ¿El artículo literario, por otro lado, era una manifestación de índole lingüista, fija y también inamovible, una suerte de isla en la mitad de un río que fluye a su alrededor? ¿Qué relación existía entre aquellas manifestaciones, el producto del crítico y del escritor, con el planeta que nos tocaba vivir?
Enumero estas tres cuestiones, pero podría enumerar muchas otras que es imposible atender aquí. Antes de proseguir, quizá habría que aclarar algo relacionado con lo que podríamos llamar nuestra constitución del crítico. Estoy cada días un poco más convencido de que, en la temporada de hoy, el crítico literario no solo es hijo de los tiempos, sino es hijo, más que nada, de las universidades.