Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan siempre la línea editorial de Nodal. Tenemos en cuenta esencial que se conozcan pues contribuyen a tener una visión integral de la zona.
Por Nuria Rodríguez Vargas *
Botella en el mar para el dios de las expresiones
A los 12 años de edad estuve a puntito de ser atrop. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Precaución! El ciclista se cayó al suelo. El señor cura, sin detenerse, me ha dicho: ¿Ahora vio qué es el poder de la palabra? Ese día lo supe. En este momento entendemos, además de esto, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios particular para las expresiones. Jamás como el día de hoy fué tan enorme ese poder. La raza humana va a entrar en el tercer milenio bajo el imperio de las expresiones. No es verdad que la imagen esté desplazándolas ni que logre extinguirlas. Al revés, está potenciándolas: jamás hubo en el planeta tantas expresiones con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la enorme Babel de la vida de hoy. Expresiones inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros tirables, por los avisos de propaganda; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altífonos públicos; llamadas a brocha gordita en las paredes de la calle o susurradas en la oreja a las penumbras del amor. No: el enorme derrotado es el silencio. Las cosas tienen en este momento muchos nombres en tantas lenguas que no es moco de pavo entender de qué forma se los conoce como jefe. Los lenguajes se desperdigan sueltos de madrina, se intercalan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua de españa debe prepararse para un período grande en este futuro sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino más bien por su vitalidad, su activa creativa, su vasta experiencia cultural, su velocidad y su fuerza de expansión, en un campo propio de diecinueve millones de km cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes. finalizar este siglo. Con razón, un profesor de letras hispánicas en USA dijo que sus horas de clase se le servirán de intérprete entre latinos de diferentes países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y 4 significados, al paso que en la república de Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condolente, que se enseña por sí misma, y que tanta falta nos hace, no se ha inventado todavía. A un joven periodista francés le deslumbran los descubrimientos poéticos que halla a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el baludo intermitente y triste de un cordero, ha dicho: «Semeja un faro». Que una casa de la Guajira colombiana rechazo una almohada de toronjil pues le supo a Viernes Santurrón. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario inolvidable, nos dejo escrito de su puño y letra que el amarillo es el tono de los enamorados. ¿Cuántas ocasiones hemos probado nosotros un café que sabe en ventana, un pan que sabe en rincón, una cereza que sabe de beso? Son pruebas en el canto de el intelecto de una lengua que desde hace un tiempo no cabe en la piel. Pero nuestra contribución no habría de ser la de meterla en la cintura, sino más bien al revés, liberarla de sus hierros normativos a fin de que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.