Por el apartado de Darwin entendemos que es una isla donde “todos y cada uno de los organismos tienen, no obstante, cierto nivel de vínculo”; por el de Victor Hugo, que es una “extendida noche llevada a cabo por el exilio”. Por la lectura, vienen a la cabeza Próspero y las voces sobrenaturales (“the isle is full of noises”, afirma Shakespeare; pero “si las voces fuesen comprensibles, sería menos isla”, dice Browning). Galápagos –sin producto: no son “las Galápagos” sino más bien el exilio, en singular– es un camino que empieza en versos, con una especide de prólogo en Coyoacán, y se marcha convirtiendo en versículos y en una proviene de cosas conocidas. Versículos, no prosa. O sea esencial: el coloquio interior y la recurrencia de Victor Hugo no son arreglos de información según la sintaxis sino más bien la composición con la que Malva Flores procura componerse y comprender las voces que fabulan su conciencia y las cosas y los sitios que constituyen el exilio. Todos y cada uno de los poemas de Galápagos tienen un apartado (son las voces de la isla), o parten de uno, salvo los que dialogan, refutan o prosiguen el Victor Hugo de Ce que es el exilo (un libreto de ensayos con los que procuraba ofrecer sentido a su exilio de 1851 –obra que yo no conocía y en este momento debo a Malva Flores).
En esto coinciden: les persigue el rumor, la música y el estruendos de nuestra memoria, que chocan con el estruendos del sitio extraño, donde uno no da temor y el peor peligro es la autocompasión. Pero los exilios de Hugo son muy suyos: refulgentes, profundos, enternecedores; uno sabe lo que afirmará, lo afirma de hecho, y uno se llama la atención: “Todo está tolerado en contra suya; usted está fuera de la ley, o sea, fuera de la igualdad, fuera de la razón, fuera del respeto, fuera de la verosimilitud.” Los de Flores son acólitos que desean opinar al viejo, por su temple, pero con una promesa solo de actitud, sin arraigo: “siempre y en todo momento fue eso: domesticar tu sombra”. El exilio del viejo riña terminaría con el regreso; el de Malva Flores empieza, exactamente, con el regreso: “Diez años me tomó regresar a Galápagos”, afirma con este listo de todo el libro: un verso culto (2 hemistiquios heptasílabos) que desea parecer un dicho informal .
Y es destacable la calidad y el tono general de Galápagos, supuestamente fácil, pero bien difícil de mantener: son versículos, pero la mayoria de las veces con la afinación de la prosodia del verso culto (el acento primordial en sexta síla (a la cuarta y octava), quedando una musicalidad despacio, una suerte de lira o silva actualizada que se infringe y extiende. “Enigmático, ¿no?, el ritmo y tedio de la prosa que canta…”